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martes, 16 de diciembre de 2014

LA MUJER DE LA FOTO



No había domingo en que Fernando dejara de visitar la misma floristería que venía frecuentando desde más de veinticinco años. Solía comprar un ramillete, cada semana distinto, pero siempre de florecillas silvestres de la temporada.




Sin disimulo, dirigía sus pasos hacia su casa mientras se cruzaba con los de otros que, en aquella hora temprana, poblaban la acera provistos de la bolsa del pan y el periódico deportivo. Cuando abría la puerta, un agradable olor a café y pan tostado con aceite de oliva inundaba las estancias y le transmitía esa particular sensación de hogar. Después, miraba furtivamente los ojos de su esposa y se reafirmaba en su eterna impresión de no haber encontrado, jamás, una mirada tan serena, limpia y plácida como la de aquella mujer a la que amaba más que a cualquier cosa en el mundo. Colocaba parsimoniosamente el ramito en el mismo jarrón de cristal que permanecía sobre la encimera de mármol y parecía salir de su ensimismamiento.

Regaban las plantas. A veces, en su época, las podaban o las transplantaban. O pintaban las paredes cambiando de color como si quisieran provocar un renacer de tiempo en tiempo. Otras veces, jugaban a salir a contemplar escaparates y, en los días de otoño, a recorrer los bosques de su juventud para recoger boletus o piedrecitas de llamativas formas y texturas para construir mercuriales. Madrugaban en primavera para ascender a la montaña y poder contemplar amaneceres, siempre nuevos y siempre distintos, que les traían las mismas sensaciones que sentían en las largas noches de verano recostados en la hierba mientras escrutaban las constelaciones, por su nombre, en espera de ser sorprendidos por alguna fugaz lluvia de estrellas.

Eran y se sentían cómplices, amigos y amantes. Quizá por eso, el remordimiento que Fernando sufría era más profundo, más intenso.

A menudo, en soledad, aprovechaba para contemplar aquella fotografía de la mujer que siempre le acompañaba escondida en la cartera. Una joven corriendo por una playa desierta con los brazos extendidos, en ademán de unirse a la bandada de gaviotas que, espantadas por su propia carrera, emprenden el vuelo. Luego, tras eternos minutos de su contemplación, la besaba y tras estrecharla contra su corazón, celosamente, la guardaba.



Era su único tormento. Ignoraba si tenía una vida intensa y completamente feliz porque, aunque así lo percibía, le hubiera gustado haber podido comprobar la sensación de cómo habría sido aquella su misma vida, sin compartir la veneración que sentía por la mujer de la foto, su mayor pasión, su peor pecado.

En una de esas tardes de escaparates, Fernando fue apremiado a probarse aquella cazadora del maniquí. Su color le iría a la cara, su estilo le aportaría un aire juvenil y más actual y, por otro lado, la que llevaba puesta empezaba a dar avisos de su edad por los filos de los puños y el doblez del cuello - argumentó Susana.

Llegaron a casa con la bolsa llena de ropa y el ánimo de felicidad. Siempre celebraban cualquier compra. Permutó la puesta por la recién adquirida y volvieron a comentarse ante el espejo de la habitación. La decisión fue unánime. Le sentaba bien, se encontraba bien.

Los objetos cambiaron de bolsillo como trámite previo a la despedida. Y fue entonces, en ese preciso instante, cuando de la cartera, se desprendió la fotografía de la mujer de la playa que ansiaba unir su vuelo al de aquellas gaviotas.

Mientras Fernando se azoraba en recuperarla, ella salió a prisa de la habitación. Cuando volvió, encontró a Fernando sentado en el borde de la cama, cabizbajo, como el niño que resulta descubierto por sus padres cuando intenta trastear en la caja que guarda el mechón de trenza de su primer amor de aula. Ella, tendió su mano con otra fotografía y le dijo: "No te preocupes, amor mío. Siempre lo supe. Pero ya va siendo hora de que la sustituyas por otra más actual. Y recuerda que la mujer de la foto sigue durmiendo, todas las noches, contigo".




5 comentarios:

KALMA dijo...

Hola Malvís! Qué relato tan bello, me has tocado ese órgano oscuro y fibroso, porque de una forma o otra quien no ha tenido una foto oculta en algún rincón o alguna imagen en su cabeza, real o irreal pero siempre presente, como un bucle tan cotidiano como el olor del hogar, de las tostadas, del aceite y es que quién dijo que los sueños no existen si muchas veces, en días solitarios, es la mejor de las compañías, quien siempre a tú antojo aparece y desaparece, por extraño que parezca, quien está exento de fantasía, de lo que, incluso pudo ser y nunca fue, o posiblemente lo que siempre es, como esa vieja canción del ramito de violetas... Y me voy a la actualidad, fíjate si la física existe que han hecho un experimento sociológico, gente que no se conoce de nada y después de mirarse un rato lo que ocurre cuando se dejan llevar, el resultado es asombroso:
https://www.youtube.com/watch?v=HIBzuvA5JwM
Cómo el cosmos ¡Pura química! Un beso.

pallaferro dijo...

Ay! Este Fernando! Si lo que tenía que hacer es desprenderse de la foto y de sus remordimientos!

Regalar la entrañable foto de la mujer, por ejemplo y... hacerse con una nueva cámara de fotos! Sí, sí! De esas que puedes sacar mil y una fotos. Así poderse volver a enamorar de la nueva mujer de la foto!

Ay! Este Fernando!...

Mara dijo...

He leído dos veces el relato y sigo sin entenderlo. Me inquieta.

Pero, claro, no conozco a Fernando ni a Susana ni el resto de su historia.

¡Cómo echo en falta una tertulia, un forum o un ratito en la salita de estar de la casa de mis padres donde, mientras se cosía, se contaban vidas, se explicaban razones, se aventuraban intimidades...!

Vaya, que echo en falta un poco de cotilleo "sano" sobre esta entrada.

Y el caso es que no sé si las mujeres de las fotos son la misma mujer ni si son Susana o no, y tampoco sé si Susana es la mujer que sigue durmiendo con Fernando todas las noches.

Y es que, como además y al parecer, a veces me falta verdadera atención... en mi pequeña imaginación, ahora mismo, veo varias historias para este solo relato.

En una de esas historias viven un hombre que, por aferrarse al pasado, no disfruta de todo un precioso presente, y una mujer que entiende, acepta y ama.

En otra, un hombre que no sólo se aferra al pasado sino que se avergüenza y niega una parte de sí mismo que la mujer siempre ha conocido y aceptado.

Y aún, en otra de las muchas historias restantes, un hombre intenta explicar de modo...

¡Qué cosa son los relatos que incluso parecen carteras que esconden verdades y sueños y deseos y peticiones, consejos...!

Ya me gustaría, ya, conocer la historia que habita en la cabeza del autor y el motivo por el que ha publicado este relato.

Intermitencia, AnomiMara...

¡Qué refrescante parece la idea de Pallaferro! Y qué interesante el video de Kalma.

Furacroyos dijo...

¿Enamorado de una sombra? Culpable por la nostalgia, añoranza de lo que fue... Como Mara me siento desorientado, pensando en lo que pudo ser Susana, si la hubiera dejado volar con aquellas gaviotas. Como siempre una delicia la lectura, obligándome a repensar y, por supuesto, a no hacer ninguna foto de mi Susana.

Baruk dijo...

Frágil momento cuando Fernando vio caer la fotografía que custodiaba tenazmente en el billetero... tanto debatirse en como seria su vida si no venerase tanto al ser de esa fotografía, le llevo a olvidar hasta con quién dormía! Y ahora que parecía haberse librado, va Susana y le da una nueva... aigs, pobre Fernando!!


Publicación 2006
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